Hace más de un año cuando la gente me preguntaba que quería que fuese el bebé que mi esposa y yo esperábamos, si hembra o varón, yo respondía que quería que fuera feliz.
Traté por todos los medios que este discurso no se transformara en una ristra de consejos y advertencias, pero el haberme convertido en padre cambió completamente lo que les hubiera dicho aquí hace más de un año. Los docentes, los padres y por qué no, los padrinos, compartimos una angustia común cuando los vemos hoy salir al mundo ¿Les habremos dado todo lo que necesitan para defenderse? Y vivimos esta preocupación tratando de olvidar que el oficio de buen padre y del buen docente consiste, precisamente, en hacernos prescindibles. Así que antes que puedan prescindir de la Universidad y de nosotros, me permitiré hablarles como lo hago siempre en ese momento al final de un curso, después de entregar las notas, en que los profesores podemos darnos el lujo de COMUNICARNOS con ustedes sin el condicionante ridículo de la evaluación, que a veces frena la verdadera docencia.
Solo unas pocas ideas desordenadas, relajadas, quisiera dejarles hoy aquí, que provienen no de mi experiencia como docente, pero sí de mi ejercicio como comunicador:
PRIMERO, UN VERBO: FRACASEN. Si les venden, o les han vendido el ÉXITO como el reconocimiento, la estabilidad o la rutina, huyan de él, nada hay que aprender allí… del fracaso nos podemos levantar más amplios, humildes, sabios… del ÉXITO sacamos siempre la ilusión de que hemos llegado al máximo de nuestro potencial, y allí se acaba la vida. No les estoy recomendando que busquen el fracaso, pero no le teman, abrácenlo cuando les sorprenda. La espantosa idolatría del ÉXITO es la que genera en muchos la ilusión de que más allá de nuestras fronteras, con carro propio y visa de trabajo o pasaporte de la comunidad es que se vive, o que cumplir metas es más importante que ser fiel a un sueño. El periodista y escritor norteamericano Norman Mailer dijo que la frase más imbécil que algún presidente de Estados Unidos haya dicho jamás pertenece a George Bush Jr. cuando acerca de la guerra en el medio Oriente expresó “que no podemos darnos el lujo de fracasar”, mi primer deseo es que si puedan darse ese lujo, sobre todo cuando el fracaso provenga del intento honesto porque su vida brille tanto como sus sueños, y sus quehaceres sean tan vastos como sus proyectos, parafraseando a Yourcenar
En segundo lugar, UN MEMORANDUM. En cualquiera de las cátedras que haya compartido con ustedes una sola idea quise transmitir, y no puedo dejar hoy de enfatizarla: nada hay más sagrado en este oficio, en este ministerio de la palabra que es la comunicación, como dijera ayer el padre Baquedano, que la Audiencia. De ese indescifrable, a veces sorprendente, a veces decepcionante factor humano que es la Audiencia, proviene el encanto de este oficio, y proviene también su peso, su deber, su grandeza. Se gradúan ustedes hoy como arquitectos de símbolos, ingenieros del lenguaje, creadores de códigos, generadores de información. Ninguna de estas analogías tendría sentido si del otro lado de la comunicación no hubiese un ser humano que busca en esos símbolos, esas imágenes, códigos, en esa información: desde la marca de zapatos que comprará hasta la visión del mundo con la que decidirá si saldrá a la calle a protestar o guardará silencio. En cualquier caso, una vasta cantidad de personas, con sus alegrías y sus miserias, dependerá de ustedes para tomar decisiones, para decidir con que palabra, con que imagen, se escribe su mundo.
En tercer lugar: UNA PREGUNTA. Al tratar de ponerme en sus zapatos, en los zapatos de mi audiencia de hoy –siendo fiel a lo que predico- me pregunto cuánta conciencia tenemos los comunicadores de nuestro rol en el mundo que nos tocará construir. Y digo nos tocará, porque aborrezco la cómoda costumbre de mi generación y las anteriores de poner el peso de salvar el país y el mundo en los estudiantes, en la juventud, como si todos los mayores de 30 años hubiéramos perdido la voluntad hace 12 años.
En este momento preciso puede haber casi tantas cámaras aquí como personas en este recinto, vivimos en un mundo en que cualquiera puede abrir un blog y asumirse periodista; un mundo, un país en que cualquiera puede abrogarse el derecho de tomar un micrófono y difundir sus ideas; en que se pueden colgar, sin importar la formación académica del creador, contenidos audiovisuales, imágenes, documentos para el uso y consumo de millones de personas. Todo ello a pesar de los fundamentalismos ideológicos que se empeñan en limitar tal posibilidad, ya sea aquí o en Egipto. La verdadera pregunta que quiero que reflexionemos antes de sostener con tanto orgullo ese título: es qué pinta entonces el comunicador en esta sociedad cuando miles de personas sin ningún aval son productores de contenido. Creo que al formular así la pregunta propongo quizás una respuesta. Lo que distingue al comunicador del productor de contenidos que tanto dijeron sustituiría a los medios, es la responsabilidad que viene con el conocimiento. El comunicador social pasó por sociología, por historia, por arte, por literatura, por decenas de materias no simplemente para ser capaz de parodiar una obra de arte en un comercial, o para no equivocarse en una fecha frente al micrófono. La razón por la que la suya es una carrera académica y no simplemente técnica es porque, a diferencia de esa nueva figura que es el productor de contenidos, ustedes tienen una conciencia plena de las consecuencias que tiene la construcción de símbolos en una sociedad. Nadie como el comunicador conoce las consecuencias fatales de valerse de un icono para disfrazar una idea que no le pertenece, nadie como ustedes sabe la mezquindad que yace detrás del mercadeo indiscriminado de la imagen, de la palabra. Nos ha tocado ser comunicadores en una era en la que se confunde el balbuceo con el periodismo, la opinión con el argumento, el video-clip con el cine, la persuasión con la manipulación. Y ante esta realidad nuestra misión es mantener un frente alto donde el oficio de comunicar sea servil solo a la verdad, donde el objetivo de ventas no implique la supresión de la voluntad del consumidor, donde la imagen no sea simplemente el producto de una base de datos genérica, sino una creación pensando en el ser humano que la integrará a su visión del mundo.
Desde las primeras pinturas rupestres hace miles de años, pasando por Gutenberg, la fotografía, el video e internet, no se me ocurre un momento en que el oficio de Comunicador Social haya sido tan importante, y de hecho no se me ocurre un oficio tan importante como el que ustedes llevarán colgado del pecho al salir de aquí para el mundo en que vivimos. El bloguero, la video guerrilla, los canales de youtube, los cientos de miles de tweets que en los seis minutos que llevo hablando han circulado, solo servirán para la comunicación en la medida en que quien los recibe, quien ve esos videos tenga referentes sólidos, ideas claras, palabras verdaderas contra las cuales sopesar este bombardeo de mensajes. Producir esos puntos de referencia, esas imágenes con las que un pueblo se entienda a sí mismo y pueda desmentir aquello que indiscriminadamente le quieran atribuir es la labor del comunicador; crear los universos audiovisuales que verdaderamente nos nombren como venezolanos sin que seamos simplemente personajes bidimensionales, violentos y vivos, choros y mamitas, es la labor de un comunicador social; darle a la gente a la posibilidad de separar la noticia del rumor, la agenda política y el sensacionalismo es la tarea del comunicador social; vender un producto apelando a nuestro humor, nuestra idiosincrasia, nuestro verdadero mundo sin el recurso fácil de la mentira es la labor del comunicador social.
Abracemos el fracaso cuando sea en pos de algo noble, nunca subestimemos a la audiencia, nunca olvidemos que tiene nombre apellido y sueños como nosotros, aceptemos que lo que sabemos nos obliga a actuar, a desmentir, a proponer formas más honestas e imparciales, de presentar y recrear el mundo. Quizás así podremos mirarnos a los ojos dentro de unos años y decirnos con el mayor de los orgullos, colegas.
José Rafael Briceño.